• Noemí Peiró | Psicóloga Centros Médicos Agrupació
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Irritabilidad y dolores de cabeza son los síntomas más habituales. El padecimiento de los jóvenes no solo es real, sino que puede llegar a transformarse en depresión, ansiedad o problemas de sueño. Una consulta a tiempo hace que las cosas no se compliquen más en el tiempo y favorece que un adolescente pueda ser escuchado, entendido, y encontrar su propia manera y su deseo para salir adelante.

La adolescencia no es una etapa fácil. Si nos ponemos a recordar a todos nos costó hacernos adultos. Se pasan momentos de incertidumbres, de cambios corporales, de toma de decisiones, desengaños… Cada persona maneja sus emociones de manera diferente.

Es el momento en el que el ser humano se desprende simbólicamente de su núcleo familiar para salir al mundo. Eso sí, con miedos, sin saber seguro cuantas fuerzas le asisten o no. Si a este momento de inseguridad le añadimos la incerteza de lo externo, y las amenazas que se perciben y se viven, y que, además, atraviesan la membrana protectora de la familia alterando la posibilidad de encontrar en la familia el refugio de siempre, nos encontramos en una verdadera encrucijada. En esta etapa, no se sienten seguros ni dentro de casa ni fuera.

La amenaza de la muerte nos es extraña, vivimos normalmente de espaldas a ella. Lo malo es cuando aparece. Nos sorprende, nos interroga y no estamos preparados. Recorta, de forma encabritada, las posibilidades de futuro y amenaza el presente.

Una salida natural aplazada por la pandemia

Durante la pandemia, los jóvenes han sido el grupo social que mas días ha estado recluido durante el primer confinamiento. Se dejó salir primero a la gente más anciana, después a los mas pequeños y, por último, a ellos. Siendo esto una contradicción, puesto que no hay nadie que quiera salir más que ellos a la calle y al mundo para encontrarse con sus iguales y construir una identidad de grupo necesaria para pasar por su etapa a su manera. Lo saben los padres con el “¿a dónde vas?”, “¿con quién vas?”, “¿a qué hora vuelves?”, a lo que ellos se defienden para proteger lógicamente su intimidad y sus decisiones con los indefinidos “por ahí”, “con gente”, “cuando acabe”.

Cuando ya se ha podido salir con cierta normalidad, ellos lo han hecho bajo amenaza, han sido también los depositarios de los miedos (razonables, pero cuentan como un peso más) de la familia. Vete, pero vigila, que tus abuelos pueden contagiarse, ten cuidado que tu madre es persona de riesgo, etc.

Un futuro extraño

Añadamos además que ya no tienen expectativas de futuro claro. Estudia para encontrar un trabajo, les decimos. Se les promete el paraíso si se esfuerzan y eso no está tan claro que acabe sucediendo. Puede que no tengan un piso cuando se lo plantean, no se puedan ir con su pareja, y deban permanecer más tiempo del natural en su núcleo familiar.

Por primera vez, sociológicamente se produce una envidia de la generación nueva (los jóvenes) sobre la presente (los adultos), que sí tienen un piso, una pensión y un futuro mas o menos asegurado.

En otras generaciones anteriores, salir y “enrollarse” no era peligroso salvo por las consignas familiares de que no te engañen, que no te embaraces. Ahora está el sida, el papiloma, y otras enfermedades de transmisión sexual, que amenazan al cuerpo y lo ponen en peligro. Si añadimos la covid-19 y su responsabilidad… ya es mucho, ¿no crees?

¿Qué hacen ellos?

Pueden optar por anestesiarse ppara pacificar el miedo. Con alcohol, drogas duras o blandas e internet, uso excesivo de redes sociales, como WhatsApp, YouTube, TikTok... Pueden optar por recluirse y no salir. Con frases como: “Ya estoy bien en casa”,“Ya no tengo ganas de ver a los amigos”.

O, por lo contrario, puden optar por no volver a casa, tirando de continuas salidas “como si se acabara el mundo”... que, al fin y al cabo, ha sido la percepción que se nos ha transmitido en estos tiempos inciertos de pandemia.

Pueden optar por expresar conductas disruptivas en las aulas, confrontando a profesores y a padres con su comportamiento. Muestra de un enfado descomunal interno y con el mundo, del modo… “ahora no hay ley”.

Oímos de los jóvenes frases como: “Me han robado un año de mi vida, no he podido estar con mis amigos, estoy harto de las pantallas”, ante la sorpresa de los padres.

En otros casos, se sienten ansiosos, aparecen los trastornos de sueño, de alimentación, etc. El cuerpo es el que se resiente de lo que sentimos, y produce síntomas... como, por ejemplo, la ansiedad.

Y uno les pregunta, “¿pero qué te pasa?”... y claro está, no contestan. Y aquí está el problema, ni ellos mismos lo saben.

¿Qué pueden hacer los padres?

A pesar de todo, tener paciencia y, sobre todo, saber escuchar.

Sacar los estudios adelante es importante, sacar la vida adelante y a uno mismo lo es mucho más. Por lo tanto, será bueno entender y no tratar de hacerles cumplir nuestras expectativas.

Es importante poder consultar a un profesional en las ocasiones en las que se observen las siguientes alteraciones:

  • Los episodios de ansiedad señalan para el aparato psíquico, como la fiebre en el cuerpo, que algo está pasando.
  • La apatía, la falta de ganas en recuperar sus actividades habituales, en volver a instalarse en el mundo.
  • Si están más callados que de costumbre o mas irascibles, pueden estar pasando un momento de tristeza larvado de más o menos gravedad.
  • El excesivo uso de internet en cualquiera de sus formas que retrae al adolescente de sus contactos también puede entenderse como un indicador de que algo pasa.
  • Los cambios alimentarios y la preocupación excesiva por el cuerpo también nos pueden llamar la atención.
  • El uso de drogas de forma continuada.

Quiero que observes, por favor, la palabra que repito: “EL EXCESO”. Esa es una condición para no asustarse demasiado, ni demasiado poco.

Una consulta a tiempo hace que las cosas no se compliquen y favorece que un adolescente pueda ser escuchado, entendido, y pueda encontrar su propia manera y deseo para salir adelante.

Creo que es importante tener paciencia, una paciencia activa, soportar nuestra propia alteración por la incertidumbre y aumentar nuestra disposición a poder ayudarlos, respetando ritmos, y maneras. Al fin y al cabo, ellos son nuestro futuro y por más que no lo parezca, por sus actitudes duras e interrogantes, no podemos olvidar la fragilidad de su etapa y de sus cambios.

Más sobre mí
Psicóloga Clínica en activo desde 1994. Mi actividad principal está vinculada al diagnóstico y tratamiento psicoterapéutico con niños, adolescentes, adultos y también parejas y familias. He atendido a más de 3.000 pacientes en “primera línea” por cualquier motivo de demanda de ayuda. La suma de experiencia y formación me convierte en un perfil muy versátil para cualquier tipo de intervención. También realizo informes periciales, asistenciales y de diagnóstico. Soy una apasionada de mi profesión, rigurosa en el diagnóstico y cercana en el trato con las/los pacientes.

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